Después del cuarto día las condiciones cambian.
La condición del cuerpo: ya no hay lucha, pero tampoco indulgencia. Puedo sostener cada sesión de meditación sin moverme para nada y sin sobrepasar la línea del esfuerzo al sobre-esfuerzo. He empezado a sentir, física, no intelectual, ni figurativamente, mi dantian, ese centro energético por debajo del ombligo, del que hablan tantas tradiciones místicas. Siento mi chakra de raíz -repito- no en sentido figurado, sino prácticamente como un ladrillo extremadamente sólido que me asienta sobre la Tierra como una montaña. Siento como la energía de la Gran Madre entra mientras mi esfínter se abre y se cierra a voluntad como una válvula que bombea energía vital a todo mi cuerpo.
La condición de la mente: hay silencio, hay despaego, hay presencia; ha surgido una intención honesta de recibir la sabiduría -por ejemplo- que Don Erick me prodiga, a pesar de que no necesariamente venga en el lenguaje en el que yo prefiero recibirla. Coexisten en mí las dos cosas: apertura llena de buena voluntad, de disposición y también la capacidad de poner límites claros a aquello que no se sienta respetuoso.
Extrañamente, no hace falta, el Maestro Dinamita ha parado la guerra conmigo, algo en su manera de aproximarse se percibe como genuinamente amoroso. Todo va de maravilla y parece funcionar bien para mi, cuando de pronto… El Maestro Sergio saca una especie de tablón de madera, se para en frente del primer alumno en la fila, éste le hace una reverencia y a continuación él le propina dos golpazos en la espalda con las tablas.
¡¡¡¿Qué-fue-e-so?!!!
El Maestro sigue avanzando en la fila y cada uno de los alumnos hace una reverencia, acto seguido, él azota con fuerza el tablón en cada lado de la espalda de los meditadores. Ninguno grita, algunos, sobre todo las mujeres lloran. Mi sistema nervioso pasa de verde a amarillo y luego a rojo en menos de un minuto. Estoy a punto de salir corriendo. ¿Qué parte de: CONMIGO VIOLENCIA YA NO, no comprende el Universo? ¿A dónde me vine a meter?
Para colmo, soy casi la última en la fila, lo cual le da más tiempo a mi mente de profundizar en el pánico.
–Juro que si me golpea, más bien, si intenta golpearme, me largo ahora mismo– Mi mente no para, mi corazón está acelerado, finjo que conserva la calma en la postura de zazen, pero soy un reptil a punto de huir, atacar o paralizarme. De pronto veo que el Maestro se ha saltado a un par de personas a las que no les da con el palo. Entonces, ya no sólo estoy alerta y asustada, sino que ahora estoy tratando de resolver un acertijo: ¿A quiénes le pega y a quienes no?
Su criterio no importa. Para nada. Por primera vez en la vida lo que más importa son mis certezas. Nadie, nunca, jamás, volverá a verter violencia sobre mí, sobre mi cuerpo mientras yo pueda impedirlo. No importa si es el único Maestro de linaje puro del Zen que existe en nuestro país, repito: nadie, nunca, jamás volverá a descargar violencia sobre mí, mientras yo tenga una opción. Hace días que al cerrar los ojos aparece la visión de un león en mi mente. Estoy rugiendo. No me importa si no puedo pertenecer a esta comunidad espiritual que me ha dado tantas joyas en tan poco tiempo:
No voy a aprender a través de la violencia nunca más
Soy dueña del territorio sagrado que es mi cuerpo,
Estoy lista para aprender en Amor
Lo tengo claro, la prueba no es para mí, es para él. Si este maestro no puede respetar mi criterio, la sacralidad de mi capacidad de elección. Este no es mi Maestro.
Pero lo hace, me respeta. Pasa frente a mi, nos miramos brevemente y el se sigue de largo. No usa la tabla conmigo. Yo siento alivio y en seguida me pierdo en una serie de preguntas: ¿Por qué no ha intentado siquiera golpearme? ¿Es esta una prueba de iniciación? ¿Será que no siente que la merezco? No importa. Por dentro estoy clara.
En la noche pregunto a mis compañeros de dormitorio de que se trata todo este asunto de los golpes con la tabla. Ellos me explican que a pesar del dolor físico, los golpes proporcionan alivio para la rigidez y el dolor que todos experimentamos tras días y días de sentarse en postura de zazen. Lo experimentan incluso como un pase mágico, un acto de desbloqueo energético. El Maestro no decide a quien lo da, los alumnos lo solicitan a través del gesto de hacer la reverencia.
Es opcional, mi corazón celebra estar en un Mundo donde cada quien aprende como le viene en gana, unos a golpes de tabla y otros prescindiendo a voluntad de ellos. Bendita sea la libertad y el respeto a la de cada quien. Nadie en este lugar va imponerme nada. Mi sistema nervioso sigue activado, pero puedo quedarme.
(Continuará)