Diario del Sesshin: 8 días de Meditación Zen – Día 1

El viaje más difícil y glorioso que puede hacerse, es el que se nos lleva hacia adentro. 


Yo me declaro irremediablemente adicta a todas las experiencias que hacen evidente el encuentro con el Espíritu y eso es, precisamente, lo que significa la palabra japonesa “sesshin”: tocar la esencia, lo íntimo, el espíritu. 


Un sesshin es un período intensivo de meditación. En este caso, me he sentado por 7 días consecutivos a hacer zazen (meditación zen, sentada en postura de loto) en ayuno. 


Muy a pesar de la parte de mí que prefiere conservar el anonimato en este tipo de experiencias, esta vez, entraré en el experimento de compartir algunas de las notas que hice durante mi estancia en el Zendo de Teotihuacán.

Día 1

La indicación es sentarse en postura de zazen sin moverse en absoluto. Sostener tal inmovilidad por 9 sesiones de aproximadamente una hora todos los días, es sin duda, lo más difícil que he hecho en 20 años de búsqueda espiritual honesta.


Todo lo que hasta hora he llamado “meditar”, parece un juego en comparación. Esto es el “hardcore” de la meditación. Una cosa es sentarse, poner música y estirar las piernas o reacomodarse cada vez que algo nos incomoda y otra, es pasar horas sin poderse mover un milímetro. La quietud revela la condición real del cuerpo y del alma. Somos un recuento de cada pensamiento, relación y experiencia que hemos atravesado. Todos esos contenidos han empezado a brotar en forma de dolores, memorias, ideas, emociones y, lo que suceda con ellos, dependerá absolutamente de cuan honesta y trasparente pueda ser conmigo misma.


Día 1 y esa construcción que llamamos “realidad” ya empieza a desmoronarse junto con el personaje que he creado para moverme a través de ella. Es claro que mi centro está vacío, que aquí -pero en general- no soy lo que creo que soy, no soy mi puesto de trabajo, ni soy mi historia, ni mis logros, ni mis errores, no soy la hija, ni la hermana, ni la pareja de nadie, no soy lo que muestra mi perfil de Facebook, pero sobre todo, no soy lo que me dijeron en la infancia que soy o que debo ser, no soy lo que piensa mi ex pareja, ni la gente que me admira, ni la que siente aversión por mí. No soy, ni tengo que ser nada ni nadie en específico. 


Vivimos tan convencidos acerca de quienes somos y cómo corresponde vivir. Que nuestra mente y por lo tanto, nuestra vida, se ha encogido. En la Meditación profunda, uno retoma las posibilidades, el infinito.


Aquí, donde casi todos caminan usando un uniforme azul marino, algunos con la cabeza rapada, no sé quién soy… Que alivio, que silencio, que misterio. 

(continuará)

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